EL OJO DE CINTLA

EXTINCIÓN DE BALLENAS

Baja mortandad de ballenas pero sigue el riesgo inminente.

Redacción Planeta – Abril 2021

Foto: Yessica Amaro. Diario El Universal.

El mayor depredador de las ballenas es, sin duda, el hombre. Como con otras tantas especies, no hemos sabido parar a tiempo y hemos llegado a extinguirlas casi por completo.

Gracias a muchos científicos y a otras asociaciones desinteresadas, las medidas de protección adoptadas por la Comisión Ballenera Internacional (de la que forman parte más de 50 países balleneros) permiten el mantenimiento e incluso el desarrollo de ciertas poblaciones de rorcuales.
Su propósito no es tanto proteger a las ballenas, sino asegurarse el futuro negocio a largo plazo, pero este es un primer paso en la conservación de este animal.

A partir de un acuerdo hecho hace ya años, las capturas fueron disminuyendo, más que por las leyes, por la desaparición de estos animales. Sólo en 1960 se mataron más de 60.000 ejemplares.
Quizás la suerte de las ballenas esté en la industria química, que va sintetizando los productos que, hasta ahora, se elaboraban a partir de esa especie.

Otro de los factores que colaboraron a esta conservación fue que en 1975, la propia C.B.I., presionada por las cada vez más numerosas asociaciones mundiales de carácter ecológico, dejó de ser un club de balleneros para pasar a ser una genuina asociación ecologista.

No fue hasta 1986 en que la propia C.B.I. aprobó la prohibición internacional de comercializar los productos derivados de estos animales. Por desgracia, no todos los países aceptaron esta decisión, Noruega, Islandia, Corea y Japón han ido poniendo excusas con el fin de seguir matando ballenas. Noruega y Japón matan de 600 a 650 ballenas cada año “con fines científicos”.

Nadie sabe el número de ballenas que han muerto en las playas a lo largo de la Historia. Sin embargo, sí se está comprobando que este trágico fenómeno se está acelerando a un ritmo preocupante. Si los grupos de mamíferos marinos que antes «encallaban» eran de 30 miembros, 40 a lo sumo, ahora pueden llegar a ser de 300. Y lo mismo ocurre con el lugar. De registrarse los varamientos exclusivamente en Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, en la actualidad, se producen en cualquier rincón de la costa. El misterio está abierto.

Hace un par de décadas se comenzaron a registrar varamientos masivos de cetáceos en los litorales marinos. El término «registrar» está bien elegido. Y es que tampoco se conoce a ciencia cierta el número de mamíferos marinos que han muerto en las playas a lo largo de la Historia. Eso sí, todos los expertos coinciden en que la progresión se acelera. Cada vez encallan más ballenas, cada vez ocurre más frecuentemente, y cada vez pasa en sitios más raros.

Foto: Yessica Amaro. Diario El Universal.

¿Por qué pasa esto? Hay casos naturales, como el varamiento de 300 delfines hace unos años en el litoral gallego cuando huían del ataque de unas orcas. La contaminación por algas tóxicas también hace que estos animales busquen aguas menos profundas. Apenas tienen fuerzas para salir a respirar, se acercan al litoral y, a veces, se ven atrapados y sin posibilidad de dar marcha atrás.
Los científicos y expertos no se ponen de acuerdo en el resto de los casos. Todos coinciden en que, generalmente, la desorientación es la causa directa. Los cetáceos son, en su mayoría, gregarios y viajan por los océanos siguiendo el camino marcado por el cabecilla del grupo. Si este se pierde, todos están perdidos.

Y, ¿qué falla para que un animal con una capacidad cerebral no tan lejana a la del hombre no encuentre el camino? Las ballenas utilizan un sistema de orientación por ultrasonidos en cierto modo semejante al de los murciélagos. Emiten un grito y éste rebota contra los obstáculos. Una cavidad grasa, llamada melón, les sirve para interpretar los ultrasonidos y vibraciones de vuelta. El melón está situado en la cabeza y su fluido graso es extremadamente sensible a cualquier vibración, por pequeña que ésta sea. Una mala nutrición o una infección pueden afectar a las reservas de grasas del animal. Así, cuando la debilidad es extrema, la orientación no está asegurada.

 La contaminación del mar también influye. Los desperdicios vertidos a este hacen que las especies marinas se confundan o se encuentren dentro de su dieta cualquier tipo de basura.

Pero existen otras razones, casi siempre de origen humano. Alteraciones directas en el sistema de navegación: los radares y sonares militares perturban el ecosistema marino, emitiendo lo que para las ballenas y su brújula de grasa son falsas señales. Las tormentas también alteran los campos magnéticos, como lo hacen asimismo las fuertes descargas eléctricas de las explotaciones petrolíferas marinas. Las sustancias químicas vertidas al mar afectan asimismo al oído interno y a la percepción de los ultrasonidos, además de provocar taras de tipo genético. Incluso algunos cetáceos han cambiado sus rutas de migración por culpa de la sobreexplotación y del incremento del tráfico marítimo.

Para los expertos de Adena WWF se están alcanzando cotas históricas en el número y periodicidad de los varamientos. Miguel Angel Valladares, portavoz de esta asociación ecologista, apunta que aún se conoce poco del comportamiento propio de los mamíferos marinos, aunque culpa al hombre de que el número de ejemplares sea cada vez menor.
Y pone un ejemplo: «Hemos tardado más de 40 años en conocer datos tan simples como el periodo de gestación del Rorcual Azul, pero lo que sí está claro es que la mano del ser humano se encuentra detrás de la mayoría de los casos de encallamiento de ballenas. Antes, simplemente las cazabamos. Ahora, la amenaza es más sutil. Atacamos su medio con nuestro progreso».

 

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